
Sin pensar, guiada por el mal humor que la poseía cada día se levantó y caminó calles llenas de preocupación. Tropezó con animales, autos, personas y basura, tanta basura que no se daba cuenta que el basural era su lugar. Entró al lugar de música que deforma los sentidos, disparó el arma que deforma la conciencia y se dejó llevar por la sordera y el vacío. Vio un tipo como ella, que no llevaba adornos ni perfumes, tenía la cara de años juntos uno sobre otro y las manos llenas de líneas eclipsadas. Se sentó junto a él y lo miró invitándolo al abismo. Los paracaídas nunca se abrieron.